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Qui pogués tornar a l’agost, a Guadalajara…

19/09/2017
Dins el marc del nou projecte Joves x Joves, aquest agost un grup de joves de l’entitat vam participar en una experiència molt intensa a Guadalajara. L’Associació Vasija que treballa amb infants i joves en risc, i amb la que ens coneixem fa anys pel fet de formar part de la FEPA, ens va acollir al Campamento Condemios, un projecte on es treballen habilitats socials, de treball col·laboratiu, de comunicació,…. i on hem trobat a un grup de professionals motivats que donen el millor per tirar endavant aquesta iniciativa. Durant sis dies vam realitzar tot tipus de tasques de camp de treball, però també esportives, on vam poder compartir converses amb joves vinguts d’arreu i també nois i noies que a també han viscut al sistema de protecció. Una experiència molt rica.
Us expliquem com es va viure el campament, amb paraules i experiència de Belén García, tècnica de la associació Vasija:

Las cosas nunca salen como una espera y en este trabajo tan dinámico, tan proclive a los sobresaltos y, en definitiva, tan impredecible. Las sospechas de que todo puede darse la vuelta y terminar mal siempre están sobrevolando por nuestras cabezas, al menos en mi caso, ya que como coordinadora de un Hogar de Acogida intento ir siempre un paso por delante, y ese paso casi siempre suele ser el de la precaución, el temor de que las nuevas experiencias para nuestros jóvenes no encajen con sus expectativas, la falta de feeling con jóvenes que vienen de otros lugares y no se conocen, la posible incompatibilidad con otros educadores, etc.

A veces no hay mayor placer que estar equivocado.

Todos aquellos temores comenzaron a desaparecer días antes a nuestro encuentro con los jóvenes de Punt de Referencia. La Educadora de referencia, Tere, y yo, estuvimos en contacto para ultimar los detalles de la estancia, y ya en las primeras llamadas y whatsapps se percibía un ambiente de colaboración que hacía presagiar nuevas sensaciones.

Su viaje tuvo que ser agotador porque cuando fuimos a recibirlos a la estación de autobuses traían cara de cansados, pero eso no fue excusa para que la primera toma de contacto fuese inmejorable. Nos saludamos, cargamos el equipaje en nuestra furgoneta y nos dispusimos a recorrer los más de 80 km que nos separaban de nuestra experiencia.

Una vez que llegamos al Campamento, los chicos de Vasija, explicaron a sus compañeros en qué había consistido su trabajo en dichas instalaciones durante el mes de Julio, enseñándoles el funcionamiento del comedor, de la cocina, el office y el mantenimiento de las instalaciones, etc.  Aprovechamos la cena para conocernos más entre nosotros e intercambiar experiencias, comentar a los chicos el programa de actividades que habíamos preparado. Y a partir de ese momento, comenzó la verdadera experiencia: los chicos fueron conociéndose más entre ellos y estrechando lazos de amistad, las educadoras sintiendo una conexión muy importante a la hora de concebir nuestro trabajo, y la implicación por parte de dos entidades, muy separadas geográficamente, pero muy cercanas en su ideología y su forma de trabajar.

Los chicos aún guardaban en su equipaje algo de timidez, pero no tardaron en demostrarnos que habían comenzado con buen pie. Las primeras relaciones con el resto iban por buen camino y esto dibujaba en el horizonte un paisaje de colaboración, risas, trabajo y aventura. Entre la convivencia, las arduas tareas de mantenimiento y los juegos los días pasaban a la velocidad de la luz y la relación campo-ciudad se consolidaba, la conexión Barcelona-Guadalajara cuajaba.

De entre las actividades recuerdo con especial cariño el muro que tuvimos que adecentar en un pueblo cercano, Prádena, y el solazo que nos dio, parecíamos currantes de toda la vida. Marcamos el paso de ganado y nos comimos un bocadillo a la intemperie de esos que saben a gloria bendita. Hubo más trabajo el resto de los días, como el pintado y mantenimiento de las cabañas que hay dentro del propio campamento, las cuales aún seguimos sin saber si las dejamos mejor de lo que estaban.
El día de las piraguas fue también muy especial, los chicos ya habían congeniado y el pasar de los días era un regalo. Las condiciones climatológicas venían de cara y parecíamos regatistas profesionales. Al día siguiente montamos a caballo, hicimos escalada, jugábamos en la piscina y las horas y el paso de los días volaban. Tere y yo empezábamos a entendernos solo con la mirada y los chicos habían formado un grupo muy sólido: trabajador, dispuesto, sonriente, integrado. Esta experiencia ponía de manifiesto, una vez más, que el intercambio y el trabajo con otras entidades enriquece, complementa y aporta nuevos puntos de vista tan necesarios en este trabajo tan cambiante.

Hay que ampliar los lazos afectivos de nuestros chicos, hay que empujarles a vivir otras experiencias y que saquen a la luz lo mejor de cada uno de ellos. Porque cuando uno no está en su zona de confort (si es que se puede usar esta expresión con estos jóvenes) se puede sentir un extraño, pero, por el contrario, también puede ser la luz que (nos) guie a otros muchos en una dirección positiva y constructiva.

En mi caso solo puedo enviar palabras de agradecimiento. La experiencia fue redonda, la relación con los jóvenes y con los educadores aún perdura y ojalá sea el principio de muchas otras experiencias más porque ha quedado de manifiesto, una vez más, que el trabajo, que este trabajo en concreto, depende en gran medida de conocer, conocerse, y dejarse conocer. Que todo estímulo bien orientado puede ser trascendente y vital en el proceso de tránsito a la vida adulta. Que los distintos profesionales que trabajamos en eso tenemos un denominador común. La igualdad de oportunidades, la educación, el respeto y, porque no decirlo, el amor. Y que todo ello cuando se pone en conjunto, suma y deja recuerdos imborrables en la memoria de todo aquel que participa.

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